jueves, 23 de octubre de 2008

El Mal De Ojo



Autores de la seriedad de Plutarco, Demócrito, Plinio, Sócrates o Heliodoro se mostraron en su día preocupados por el fenómeno conocido como mal de ojo. Mahoma supo librarse del “mal de todo ojo maligno” gracias a un conjuro del arcángel Gabriel. A mediados del siglo 13, Santo Tomás de Aquino advertía sobre la vulnerabilidad de las tiernas criaturas ante la mirada maléfica de algunas viejas.

Y es que constituye creencia universal que la envidiosa ojeada de ciertos sujetos es capaz de perjudicar a los cuerpos de personas y semovientes, quebrantando su salud. Tal es así, en la casi totalidad de las lenguas existe un vocablo específico para designar esta dañina influencia, atribuida a los misteriosos flujos negativos de los ojos.

La creencia que nos ocupa no es exclusiva de esos pueblos que la sociología ha calificado de salvajes, sino también de los más civilizados. Tampoco es privativa de determinados estratos culturales o económicos, ya que puede ser compartida por personas de alta y baja formación y de muy diferente extracción social.

Estos temores, conscientes o inconscientes, tiene su reflejo en ciertas expresiones de uso frecuente, tales como “hay miradas que matan”, “me miró mal” o “ tiene una mirada asesina”.

En cada cultura se cree que las características raciales de los aojadores -que así es como se denomina a los individuos que se supone capaces de transmitir este maleficio - son bien diferentes de las características étnicas de lugar.

Para los árabes, por ejemplo, desde la época de las cruzadas hasta hoy, los más temibles aojadores tienen los ojos azules, mientras que para los payos se parecen a los gitanos.

Se cree que los niños, las recién casadas y las embarazadas, al igual que la hermosura, el buen gusto y la riqueza, atraen el mal de ojo, mientras que la fealdad, la suciedad y la pobreza lo repelen. Por ello, hasta los árabes más aseados acostumbran a dejar que sus hijos vagen por las calles en estado zarrapastroso, en la creencia de que tal aspecto físico ahuyentará el mal de ojo de cualquier viandante dotado de tales facultades.

Entre los Espartanos esta creencia estaba tan arraigada que, para evitar que el mal de ojo pudiera arruinar la dicha de un nuevo matrimonio, la novia llegaban sacrificar sus encantos, afectándose la cabellera y acudiendo la ceremonia nupcial ataviada con ropas varoniles, con la esperanza de que tales métodos de camuflaje alejaran este peligro mágico.

Los esfuerzos de las diferentes culturas por liberarse del mal de ojo han originado ciertas prácticas mágicas que han sobre sobrevivido al paso de los siglos, pero que actualmente ya no tienen en nuestra civilización su significado original. Por ejemplo, la hospitalidad en los hogares y la sombra de ojos en las mujeres.

Los egipcios colocaban un ojo mágico sobre los sarcófagos para proteger a sus deudos difuntos y también en la proa de las embarcaciones para preservarlas de miradas perjudiciales. No hay que olvidar que, para la mitología egipcia, el mundo surge del ojo, pues éste nos permite ver y, con ello, todo adquiere realidad.

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